Sueño de caballo en una noche de verano.
Como cada
mañana el caballo era conducido por su dueño al picadero.
Como todas las
madrugadas, ensillado y embozado.
Como cada sol,
tenía por delante una dura jornada donde aguantar a diez torpes alumnos del
curso de iniciación.
Como todos los
días, de lunes a domingo, sin excepciones, los inexpertos jinetes le molerían
el lomo con su peso y el vientre con sus espuelas. Durante una hora cada uno de
ellos se vaciaría de sus frustraciones llenándole de magulladuras que a duras
penas sanaban por la noche.
Como siempre daría
vueltas y vueltas a una pista circular de quince metros de radio. Apenas cien
metros y otros cien metros y otros cien.
Al trote.
Al galope.
Al paso.
De nuevo al
trote…
A diferencia
de otros días, hoy sus ojos
brillaron con fuerza cuando recordó el sueño que se venía repitiendo en las
últimas noches de agosto. Levantó la cabeza, abrió los ojos tanto como
permitieron sus párpados, hinchó los ollares, tensó la quijada y comenzó a
galopar como nunca lo había hecho antes. Galopaba con tanta fuerza que hizo
caer a su jinete en los primeros diez metros y luego solo pensó en galopar.
¡A galopar, a
galopar! ¡Hasta que crezcan sus alas!
Félix Rebollo